PARQUE NATURAL DEL ENTORNO DE DOÑANA:
Las aproximadas 54.200 Has. que se incluyen dentro del Parque Natural del Entorno de Doñana, forman parte de todo un conjunto de ecosistemas que limitan con el Parque Nacional, al que están ecológica y funcionalmente unidas, y a los que además de sus propios valores naturales, se les consideran de vital importancia para la preservación de Doñana.
Tiene por ello este Parque Natural, la peculiaridad de su falta de continuidad geográfica y la de abarcar terrenos de tres provincias limítrofes: Huelva, Sevilla y Cádiz.
Se incluyen así dentro de este espacio protegido, el Complejo endorreico del Abalario- todo un conjunto de pinares y pequeñas lagunas que se extienden al oeste de Doñana, y de la urbanización de Matalascaña-; los Pinares de Hinojos, el denominado anteriormente Preparque Norte, Entremuros y el Brazo de la Torre por el Norte y margen derecha del Guadalquivir y las marismas de Bonanza y los pinares de la Algaida ya en la margen izquierda de este río y dentro de la provincia gaditana.
Y será de este sector oriental del Parque Natural, íntegramente dentro del Término municipal de Sanlúcar de Barrameda, del que nos ocuparemos aquí.
LOS PINARES DE LA ALGAIDA.
Situado al norte de Sanlúcar y en el extremo noroccidental de la provincia, sus 691 Has. discurren, como una lengua de arena, de unos 10 km. de longitud por unos 2,5 de anchura, sobre los terrenos marismeños que lo circundan.
Su formación se encuentra vinculada, al igual que la del propio Doñana, a los procesos que culminaron con la colmatación del amplio estuario, que aún en épocas históricas recientes, formaba el Guadalquivir en su desembocadura el, «Lacus Ligustinus» de los romanos. El arrastre de arenas aportado por la corriente de deriva litoral formó la flecha arenosa que en dirección NE y con varios ganchos en dirección E-0, fue cerrando, junto a su equivalente en la costa de Doñana, la amplia embocadura de ese primitivo estuario, lo que unido a los sedimentos aportados por el Guadalquivir contribuyó a su cegamiento y conversión en marismas. Sobre esta primera flecha arenosa, los vientos dominantes del poniente, hicieron correr las primeras dunas, que pronto fueron fijadas aquí por la vegetación.
Todo ello conformó un denso monte o bosque sobre arenas sueltas, que es lo que la palabra de origen árabe «algaida» quiere significar. Dicho monte, de más del doble de su superficie actual, se extendía desde las proximidades de Bonanza, lo que aún hoy son los Pinares de la Dinamita y San Jerónimo, pasando por los terrenos, ya agrícolas, de la Colonia de Monte Algaida, hasta rematar, dentro del actual pinar, en lo que se conoce como Punta del Monte.
Históricamente hablando, estos pinares han estado siempre relacionados con la historia y los propios orígenes de la misma Sanlúcar y con las primeras civilizaciones que se asentaron por estas tierras del Bajo Guadalquivir.
En la zona de la Algaida conocida como «EL Tesorillo», las diferentes excavaciones arqueológicas habidas, han encontrado numerosos restos entre los que destacan los de origen romano y fenicio. Más interesante aún, son los vestigios de la existencia de un santuario religioso, que en base a los relatos de Estrabón, bien podría tratarse del Santuario de la «Lux Dubiae» o de la Luz Dudosa o Divina del atardecer -la estrella Venus-, tan propia de la adoración de los pueblos marinos de la antigüedad y de la religiosidad tartésica. (De la existencia de ese templo se cree tomó el nombre Sanlúcar; del latín «lucer» o lucero).
Por todo ello, no es extrañar, que muchos creyeran encontrar aquí una de las islas donde se asentara la ciudad de Tartessos. No obstante, y a escasos kilómetros de este Pinar, en el Cortijo de Ébora, se encontró un importante conjunto de joyas de la época tartésica.
Los hallazgos también, de restos de construcción romana, seguramente de un taller para la reparación de embarcaciones, así como de dársenas y embarcaderos; nos desvelan cuanto debieron ser frecuentadas estas tierras en épocas pasadas.
Con la conquista castellana en 1264, y su posterior cesión por el Rey Sancho IV de todo el Señorío de Sanlúcar a D. Alonso Pérez de Guzmán, la Algaida entra en la historia documental y ya serán numerosas las referencias que a ella se hagan, tanto en los Archivos de la Casa Ducal de los Medina Sidonia, como en los de la misma ciudad.
Así queda registrado, que es en 1445 cuando el primer Duque de Medina Sidonia cede el Monte de la Algaida al pueblo de Sanlúcar, quien lo mantendrá formando parte de los Bienes de Propios, hasta la actualidad.
Por estos archivos, también se tienen noticias, de las distintas producciones y aprovechamientos del Monte y de las sucesivas repoblaciones habidas. La primera de la que se tiene constancia fue en 1537, con piñones procedentes de Utrera. Otra bastante notable, que dio lugar al comienzo de los Pinares tal como hoy los conocemos, fue la llevada a cabo en 1803 con ocasión del nombramiento de D. Manuel Godoy como Regidor Perpetuo de la ciudad y en honor de él.
Menos afortunadas para el monte, serían las plantaciones de eucaliptos de finales del siglo pasado, que ocupan una buena parte de su zona media y norte; o la tala de medio millar de hectáreas en 1910, para la instalación de la Colonia Agrícola y que supuso la transformación para el cultivo, de prácticamente toda la parte sur.
Desde el punto de vista ecológico, los Pinares de la Algaida, por su proximidad y vinculación a Doñana, presentan gran similitud con iguales biotopos de ese Parque.
Además del pino piñonero como árbol predominante, y de las manchas de eucaliptal, antes mencionadas, llaman la atención unos centenarios álamos blancos, que desplazan al pino en las zonas de contactos con las marismas.
La vegetación del sotobosque la componen las típicas de los pinares costeros de estas latitudes: jaguarzos, jaras, sabinas, lenticos... Es de destacar en la Algaida, el cordón de matorrales que bordeando el pinar ocupan, junto a los álamos en algunos sitios, las zonas de contactos (ecotonos) con las marismas. Forman una verdadera barrera infranqueable de vegetación, y donde zarzas, lentiscos, mirtos, olivillos y otros arbustos espinosos, entrelazados entre si por zarzaparrillas y lianas de clemátidas, dan cobijo y alimentos a numerosas especies de animales.
La fauna enriquecida por esa cercanía a Doñana, ya desde las propias de los mamíferos depredadores como el zorro, el tejón, el meloncillo o la gineta; hasta la de una abundante avifauna, entre la que sobresalen los milanos negros, que nidifican aquí en una altísima densidad. Otras rapaces como águilas calzadas, culebreras ratoneros o cernícalos, también encuentran cabida en estos pinares. Por no hablar de los numerosísimos pajarillos, passeriformes, (más de medio centenar de especies), que ya de paso invernada o permanentemente buscan refugio y alimentos en estos lugares.
Y no son de extrañar, las ocasionales observaciones de especies tan escasas como las águilas imperiales, que provienen de Doñana, llegan en busca de sus presas. Lo mismo que ocurre con los ciervos, abundantes en otras épocas y hoy visitantes ocasionales, que sobre todo durante las berreas otoñales, se atreven a dejar el Parque y cruzar el río.
Mención especial merece el camaleón, que si bien no muy abundante en el pinar, si encuentra aquí uno de los límites norte de su distribución.
LAS MARISMAS DE BONANZA
Con sus casi 2.700 Has, integran el otro ecosistema del sector oriental del Parque Natural del Entorno de Doñana, Reliquias, junto a las del cercano Parque Nacional, de las más de 200.000 Has. de marismas que en su origen discurrían a ambas márgenes del Guadalquivir.
Se extienden desde las proximidades del puerto de Bonanza hasta limitar, al norte, con el término municipal de Trebujena, en el denominado Caño de Martín Ruiz.
Marismas en gran parte desecadas y transformadas en salinas y donde cabe distinguir, a modo de bandas paralelas al río, los siguientes biotopos:
1. Fangos intermareales, desprovistos de vegetación y visitados cuando que-dan descubiertos en la bajamar, por gran cantidad de limícolos, que como los correlimos y los chortilejos forman graciosos bandos que se mueven casi al unísono. Al igual que ocurre con los cangrejos de boca, que habitan aquí y literalmente alfombran estas orillas.
2. Marismas inundables por la acción de las mareas, cubiertas casi en su totalidad, por una densa vegetación de Spartinas o barrón de río, que son aprovechadas para nidificar por numerosas especies de acuáticas.
Es de destacar, la poca representación de este tipo de marismas entre las de Doñana, lo que las hacen extremadamente importantes, de cara a una mayor diversificación ecológica del área.
3. Las salinas, que con sus caños y lucios se convierten en el medio acuático ideal para multitud de aves. Representan una reserva de agua permanente, aún cuando, con las sequías estivales, ésta escasee en Doñana.
Sobresalen los multitudinarios bandos de flamencos, que por miles llegan a ocupar sus esteros, así como las numerosas poblaciones de cigüeñuelas avocetas y otros limícolos, que recolectan alimentos entre sus aguas.
4. Los almajales o marismas secas, ya separadas de las influencias del río, aunque encharcables en parte por las lluvias, y donde predomina el almajo como planta característica. De carácter estepario durante los veranos, soporta una variada fauna de marcada influencia estacional.
Son las marismas y salinas de Bonanza continuación natural, con peculiaridades propias, de los ecosistemas del Parque Nacional de Doñana y un excelente ejemplo de cuanto aprovechamiento económico (extracción de la sal) y conservación son compatibles.
EL RETO DE LA CONSERVACIÓN
Cuando se creó en 1969 el Parque Nacional de Doñana, sólo la obstinación del entonces Gobernador Civil de Cádiz, impidió que los terrenos de los que nos ocupamos quedaran incluidos dentro de los límites de dicho Parque. Tampoco con la reclasificación de éste en 1978, con la famosa Ley de Doñana, se consigue la inclusión, a pesar de que desde siempre científicos y conservacionistas así lo demandaran.
A partir de ahí, numerosas propuestas de ampliación del Parque Nacional, y de la extensión de su preparque a esta margen izquierda del Guadalquivir, quedaban paralizadas dentro del conflicto de competencias existente entre la administración central de entonces (ICONA), que gestionaba Doñana, y la administración autonómica (AMA), a la que correspondía la de los terrenos circundantes.
Salvado, de alguna manera, el escollo con la creación del peculiar Parque Natural del Entorno de Doñana, al menos desde el punto de vista de su protección, las Marismas y los Pinares de la Algaida, quedan vinculado a un entorno del que nunca administrativamente debieron ser separados.
Queda ahora todavía pendiente, la solución de los problemas de conservación y gestión que afectan a este Espacio Natural. Comenzando por los de escasez de su guardería, que a duras penas, hoy, pueden evitar aún la práctica de la caza furtiva, o la proliferación de carriles, y la circulación de vehículos, que invaden y destruyen la vegetación.
Preocupantes, son también, los impactos de los cultivos agrícolas intensivos limítrofes a su zona meridional , los de la Colonia, no ya sólo por el elevado uso de pesticidas y otros productos fitosanitarios, que les caracterizan; sino por la gran cantidad de residuos que generan, que como plásticos, envases o forrajes son arrojados impunemente dentro del Parque Natural.
Una mayor vigilancia y protección de la zona arqueológica de «El Tesorillo», se hace igualmente necesaria, del mismo ¡modo, que su adecuación para que pueda ser visitada, y ayude a comprender la antiquísima presencia del hombre en estos parajes.
La masiva afluencia de personas, que utilizan estos pinares para pasar un día de campo, debe ser también tenida en cuenta, y mitigar su fuerte impacto con una mejor adecuación -y por tanto, poder de atracción- de su zona recreativa, con un conveniente servicio de recogida de basuras, con una mayor vigilancia y control, los días festivos; y con el ofrecimiento y adaptación de otras zonas, más próximas a la ciudad (Pinares de Bonanza), que puedan servir para ello y actuar de lugar alternativo.
Quede claro, que si se resuelven estos problemas y se dota convenientemente la zona, los Pinares de la Algaida y las Marismas de Bonanza pueden cumplir un importante papel, dentro del área de Doñana, al hacer compatibles usos y aprovechamientos económicos, recreativos, educativos, culturales y de conservación, de los que tan necesitados, y demandado, está todo el entorno de Parque Nacional.
Tiene por ello este Parque Natural, la peculiaridad de su falta de continuidad geográfica y la de abarcar terrenos de tres provincias limítrofes: Huelva, Sevilla y Cádiz.
Se incluyen así dentro de este espacio protegido, el Complejo endorreico del Abalario- todo un conjunto de pinares y pequeñas lagunas que se extienden al oeste de Doñana, y de la urbanización de Matalascaña-; los Pinares de Hinojos, el denominado anteriormente Preparque Norte, Entremuros y el Brazo de la Torre por el Norte y margen derecha del Guadalquivir y las marismas de Bonanza y los pinares de la Algaida ya en la margen izquierda de este río y dentro de la provincia gaditana.
Y será de este sector oriental del Parque Natural, íntegramente dentro del Término municipal de Sanlúcar de Barrameda, del que nos ocuparemos aquí.
LOS PINARES DE LA ALGAIDA.
Situado al norte de Sanlúcar y en el extremo noroccidental de la provincia, sus 691 Has. discurren, como una lengua de arena, de unos 10 km. de longitud por unos 2,5 de anchura, sobre los terrenos marismeños que lo circundan.
Su formación se encuentra vinculada, al igual que la del propio Doñana, a los procesos que culminaron con la colmatación del amplio estuario, que aún en épocas históricas recientes, formaba el Guadalquivir en su desembocadura el, «Lacus Ligustinus» de los romanos. El arrastre de arenas aportado por la corriente de deriva litoral formó la flecha arenosa que en dirección NE y con varios ganchos en dirección E-0, fue cerrando, junto a su equivalente en la costa de Doñana, la amplia embocadura de ese primitivo estuario, lo que unido a los sedimentos aportados por el Guadalquivir contribuyó a su cegamiento y conversión en marismas. Sobre esta primera flecha arenosa, los vientos dominantes del poniente, hicieron correr las primeras dunas, que pronto fueron fijadas aquí por la vegetación.
Todo ello conformó un denso monte o bosque sobre arenas sueltas, que es lo que la palabra de origen árabe «algaida» quiere significar. Dicho monte, de más del doble de su superficie actual, se extendía desde las proximidades de Bonanza, lo que aún hoy son los Pinares de la Dinamita y San Jerónimo, pasando por los terrenos, ya agrícolas, de la Colonia de Monte Algaida, hasta rematar, dentro del actual pinar, en lo que se conoce como Punta del Monte.
Históricamente hablando, estos pinares han estado siempre relacionados con la historia y los propios orígenes de la misma Sanlúcar y con las primeras civilizaciones que se asentaron por estas tierras del Bajo Guadalquivir.
En la zona de la Algaida conocida como «EL Tesorillo», las diferentes excavaciones arqueológicas habidas, han encontrado numerosos restos entre los que destacan los de origen romano y fenicio. Más interesante aún, son los vestigios de la existencia de un santuario religioso, que en base a los relatos de Estrabón, bien podría tratarse del Santuario de la «Lux Dubiae» o de la Luz Dudosa o Divina del atardecer -la estrella Venus-, tan propia de la adoración de los pueblos marinos de la antigüedad y de la religiosidad tartésica. (De la existencia de ese templo se cree tomó el nombre Sanlúcar; del latín «lucer» o lucero).
Por todo ello, no es extrañar, que muchos creyeran encontrar aquí una de las islas donde se asentara la ciudad de Tartessos. No obstante, y a escasos kilómetros de este Pinar, en el Cortijo de Ébora, se encontró un importante conjunto de joyas de la época tartésica.
Los hallazgos también, de restos de construcción romana, seguramente de un taller para la reparación de embarcaciones, así como de dársenas y embarcaderos; nos desvelan cuanto debieron ser frecuentadas estas tierras en épocas pasadas.
Con la conquista castellana en 1264, y su posterior cesión por el Rey Sancho IV de todo el Señorío de Sanlúcar a D. Alonso Pérez de Guzmán, la Algaida entra en la historia documental y ya serán numerosas las referencias que a ella se hagan, tanto en los Archivos de la Casa Ducal de los Medina Sidonia, como en los de la misma ciudad.
Así queda registrado, que es en 1445 cuando el primer Duque de Medina Sidonia cede el Monte de la Algaida al pueblo de Sanlúcar, quien lo mantendrá formando parte de los Bienes de Propios, hasta la actualidad.
Por estos archivos, también se tienen noticias, de las distintas producciones y aprovechamientos del Monte y de las sucesivas repoblaciones habidas. La primera de la que se tiene constancia fue en 1537, con piñones procedentes de Utrera. Otra bastante notable, que dio lugar al comienzo de los Pinares tal como hoy los conocemos, fue la llevada a cabo en 1803 con ocasión del nombramiento de D. Manuel Godoy como Regidor Perpetuo de la ciudad y en honor de él.
Menos afortunadas para el monte, serían las plantaciones de eucaliptos de finales del siglo pasado, que ocupan una buena parte de su zona media y norte; o la tala de medio millar de hectáreas en 1910, para la instalación de la Colonia Agrícola y que supuso la transformación para el cultivo, de prácticamente toda la parte sur.
Desde el punto de vista ecológico, los Pinares de la Algaida, por su proximidad y vinculación a Doñana, presentan gran similitud con iguales biotopos de ese Parque.
Además del pino piñonero como árbol predominante, y de las manchas de eucaliptal, antes mencionadas, llaman la atención unos centenarios álamos blancos, que desplazan al pino en las zonas de contactos con las marismas.
La vegetación del sotobosque la componen las típicas de los pinares costeros de estas latitudes: jaguarzos, jaras, sabinas, lenticos... Es de destacar en la Algaida, el cordón de matorrales que bordeando el pinar ocupan, junto a los álamos en algunos sitios, las zonas de contactos (ecotonos) con las marismas. Forman una verdadera barrera infranqueable de vegetación, y donde zarzas, lentiscos, mirtos, olivillos y otros arbustos espinosos, entrelazados entre si por zarzaparrillas y lianas de clemátidas, dan cobijo y alimentos a numerosas especies de animales.
La fauna enriquecida por esa cercanía a Doñana, ya desde las propias de los mamíferos depredadores como el zorro, el tejón, el meloncillo o la gineta; hasta la de una abundante avifauna, entre la que sobresalen los milanos negros, que nidifican aquí en una altísima densidad. Otras rapaces como águilas calzadas, culebreras ratoneros o cernícalos, también encuentran cabida en estos pinares. Por no hablar de los numerosísimos pajarillos, passeriformes, (más de medio centenar de especies), que ya de paso invernada o permanentemente buscan refugio y alimentos en estos lugares.
Y no son de extrañar, las ocasionales observaciones de especies tan escasas como las águilas imperiales, que provienen de Doñana, llegan en busca de sus presas. Lo mismo que ocurre con los ciervos, abundantes en otras épocas y hoy visitantes ocasionales, que sobre todo durante las berreas otoñales, se atreven a dejar el Parque y cruzar el río.
Mención especial merece el camaleón, que si bien no muy abundante en el pinar, si encuentra aquí uno de los límites norte de su distribución.
LAS MARISMAS DE BONANZA
Con sus casi 2.700 Has, integran el otro ecosistema del sector oriental del Parque Natural del Entorno de Doñana, Reliquias, junto a las del cercano Parque Nacional, de las más de 200.000 Has. de marismas que en su origen discurrían a ambas márgenes del Guadalquivir.
Se extienden desde las proximidades del puerto de Bonanza hasta limitar, al norte, con el término municipal de Trebujena, en el denominado Caño de Martín Ruiz.
Marismas en gran parte desecadas y transformadas en salinas y donde cabe distinguir, a modo de bandas paralelas al río, los siguientes biotopos:
1. Fangos intermareales, desprovistos de vegetación y visitados cuando que-dan descubiertos en la bajamar, por gran cantidad de limícolos, que como los correlimos y los chortilejos forman graciosos bandos que se mueven casi al unísono. Al igual que ocurre con los cangrejos de boca, que habitan aquí y literalmente alfombran estas orillas.
2. Marismas inundables por la acción de las mareas, cubiertas casi en su totalidad, por una densa vegetación de Spartinas o barrón de río, que son aprovechadas para nidificar por numerosas especies de acuáticas.
Es de destacar, la poca representación de este tipo de marismas entre las de Doñana, lo que las hacen extremadamente importantes, de cara a una mayor diversificación ecológica del área.
3. Las salinas, que con sus caños y lucios se convierten en el medio acuático ideal para multitud de aves. Representan una reserva de agua permanente, aún cuando, con las sequías estivales, ésta escasee en Doñana.
Sobresalen los multitudinarios bandos de flamencos, que por miles llegan a ocupar sus esteros, así como las numerosas poblaciones de cigüeñuelas avocetas y otros limícolos, que recolectan alimentos entre sus aguas.
4. Los almajales o marismas secas, ya separadas de las influencias del río, aunque encharcables en parte por las lluvias, y donde predomina el almajo como planta característica. De carácter estepario durante los veranos, soporta una variada fauna de marcada influencia estacional.
Son las marismas y salinas de Bonanza continuación natural, con peculiaridades propias, de los ecosistemas del Parque Nacional de Doñana y un excelente ejemplo de cuanto aprovechamiento económico (extracción de la sal) y conservación son compatibles.
EL RETO DE LA CONSERVACIÓN
Cuando se creó en 1969 el Parque Nacional de Doñana, sólo la obstinación del entonces Gobernador Civil de Cádiz, impidió que los terrenos de los que nos ocupamos quedaran incluidos dentro de los límites de dicho Parque. Tampoco con la reclasificación de éste en 1978, con la famosa Ley de Doñana, se consigue la inclusión, a pesar de que desde siempre científicos y conservacionistas así lo demandaran.
A partir de ahí, numerosas propuestas de ampliación del Parque Nacional, y de la extensión de su preparque a esta margen izquierda del Guadalquivir, quedaban paralizadas dentro del conflicto de competencias existente entre la administración central de entonces (ICONA), que gestionaba Doñana, y la administración autonómica (AMA), a la que correspondía la de los terrenos circundantes.
Salvado, de alguna manera, el escollo con la creación del peculiar Parque Natural del Entorno de Doñana, al menos desde el punto de vista de su protección, las Marismas y los Pinares de la Algaida, quedan vinculado a un entorno del que nunca administrativamente debieron ser separados.
Queda ahora todavía pendiente, la solución de los problemas de conservación y gestión que afectan a este Espacio Natural. Comenzando por los de escasez de su guardería, que a duras penas, hoy, pueden evitar aún la práctica de la caza furtiva, o la proliferación de carriles, y la circulación de vehículos, que invaden y destruyen la vegetación.
Preocupantes, son también, los impactos de los cultivos agrícolas intensivos limítrofes a su zona meridional , los de la Colonia, no ya sólo por el elevado uso de pesticidas y otros productos fitosanitarios, que les caracterizan; sino por la gran cantidad de residuos que generan, que como plásticos, envases o forrajes son arrojados impunemente dentro del Parque Natural.
Una mayor vigilancia y protección de la zona arqueológica de «El Tesorillo», se hace igualmente necesaria, del mismo ¡modo, que su adecuación para que pueda ser visitada, y ayude a comprender la antiquísima presencia del hombre en estos parajes.
La masiva afluencia de personas, que utilizan estos pinares para pasar un día de campo, debe ser también tenida en cuenta, y mitigar su fuerte impacto con una mejor adecuación -y por tanto, poder de atracción- de su zona recreativa, con un conveniente servicio de recogida de basuras, con una mayor vigilancia y control, los días festivos; y con el ofrecimiento y adaptación de otras zonas, más próximas a la ciudad (Pinares de Bonanza), que puedan servir para ello y actuar de lugar alternativo.
Quede claro, que si se resuelven estos problemas y se dota convenientemente la zona, los Pinares de la Algaida y las Marismas de Bonanza pueden cumplir un importante papel, dentro del área de Doñana, al hacer compatibles usos y aprovechamientos económicos, recreativos, educativos, culturales y de conservación, de los que tan necesitados, y demandado, está todo el entorno de Parque Nacional.
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